Entre la cultura anómica, el desquicio y el Estado de Derecho
Pablo Sánchez Latorre [1]
La arquitectura de las reglas jurídicas que emergen de la coyuntura y la emergencia, pretenden regular las prácticas y conductas sociales, para enfrentar a un enemigo pandémico y sin precedentes, contienen relativa claridad y utilidad en la transición de la adversidad global.
El dato relevado, sobre la cantidad de personas detenidas por violar el aislamiento social, preventivo y obligatorio, nos alerta notablemente sobre el riesgo que corre nuestra salud, frente a la tradicional tendencia anómica de un sector del colectivo social, en el sentido que lo explicara Carlos Santiago Nino (93), en su obra: “Un país al margen de la ley”.
La fuerza de la ineficacia normativa en nuestro país, resulta frondosa y frecuente. En tierra de vivos y bobos, tramposos e imprudentes, surge la peligrosa indiferencia por la otredad.
El contenido de la primera regla, que además toma la forma de “antídoto”, es simple y llana, quedarse en casa, lugar de residencia habitual o donde te encuentres. Nada difícil de asimilar o acatar para los sectores sociales que tienen asegurada la vivienda.
Distinta suerte, corren los más desfavorecidos, que viven en condiciones muy precarias, y en muchos casos, no tienen techo, ni alimentos. A su vez, confluye en la marginalidad y las dificultades sociales que provoca la pobreza, un marcado hacinamiento, que por supuesto, complican marcadamente la atención a los recaudos sanitarios. Además, el confinamiento obligatorio, los priva de generar algún ingreso para el sostenimiento económico familiar.
Sin embargo, la continua contravención al orden legal brota una vez más con aguda preocupación en momentos de crisis, denotando apatía y desapego. En tal dirección, los contraventores le general altísimos costos al Estado, los que, en otras condiciones de empáticas, podrían destinarse a tutelar con mayores recursos la salud pública.
La ignorancia y la desidia, adeptas de aquellos que no les importa la salud propia, ni la del otro, despiertan la reacción iracunda de un grupo más sensato, que en miras de respetar el aislamiento social preventivo y obligatorio, renuncia estoicamente a sus compromisos, en pos de resguardar el bien colectivo.
Por otro lado, algunos miembros del tejido social notablemente, no han asumido la pertenencia al “grupo humano”, sino que, por el contrario, su desatinada mediocridad los invade, se apropia de ellos, y los termina enajenado de los valores más prístinos.
Una de las obligaciones principales del contrato social, por cierto algo derruido, es cumplir la ley. Si por caso, la misma dimana como injusta o arbitraria, pues existe la vía idónea para declarar su derrotabilidad o inaplicabilidad en el caso concreto, por resultar lesiva del orden constitucional y/o convencional. Por el caso, el decreto de necesidad y urgencia que dispone el aislamiento social preventivo y obligatorio, cumple los estándares constitucionales y convencionales, toda vez, que prioriza la protección de un bien colectivo (salud pública) por encima del interés individual.
Es por ello, que como sociedad debemos contribuir con acciones éticamente responsables, una inteligencia colectiva, dentro del marco del Estado de Derecho, lo que exigirá prácticas cooperativas y diálogos de consenso.
Frente a la tempestad psicótica y la dimensión real del fenómeno pandémico, existe cierta inercia mediática y política, que se va inclinando hacia un agravamiento de las medidas tendientes a garantir el control de la curva del Covid-19.
Esto significa, penosamente, que no hemos comprendido el grado de trascendencia que implica cumplir con el confinamiento preventivo y “obligatorio”. En consecuencia, no habrá más remedio, aunque nos cueste aceptarlo, que restringir aun más derechos constitucionales, para la estricta protección de la vida y la salud pública.
Así las cosas, emerge un patrón conductual colectivo, que en este momento, se acerca más al desquicio general, que a la cordura que amerita el cuadro situacional.
El asombro y el estupor que ha provocado el constante avance del Covid-19, demuestra que un gran número de personas no estábamos, ni estamos “preparados”, para afrontar las condiciones de esta desigual lucha, que por imposición se ha instalado, como el peor desafío que jamás imaginamos.
Pensar que la sociedad que conocimos deberá, indudablemente y en el estrépito, transformar sus estructuras tradicionales, para optimizar la educación, justicia y gobierno.
Debemos asumir con calma y austeridad, los efectos que traerá consigo el nuevo paradigma cultural, social y económico.
Para bien, se destacará un giro cardinal en la prelación axiológica de la humanidad. Será, tal vez, el tiempo de transitar desde la cosmovisión antropocéntrica a una definitivamente biocéntrica o ecocéntrica.
En este diferente orden global, será impostergable la tutela material y verdadera de la vida y el ambiente sano. El relato discursivo y los irritantes privilegios, sucumbirán y caerán en un pronto olvido.
Entre los muros y el susurro de la ventisca del otoño, nos espera un mundo mejor.
[1] Docente de las Facultades de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, Universidad Católica de Córdoba y Universidad Nacional de Chilecito.
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